martes, septiembre 05, 2006

Despedida de Marco Soto a Antonio


Pedro Vera nos envió el discurso de despedida de Marco para Antonio:

DESPEDIDA A DON ANTONIO BERTOLONE GALLETTI

17 de octubre de 1938 - 27 de agosto de 2006

Vengo como subdirector del Liceo Leonardo Murialdo y como exalumno a despedir al inigualable Profesor Don Antonio Bertolone, quien ayer ha partido al encuentro con el Padre Dios.

Quiero ser fiel al sentimiento de tantos exalumnos que compartieron con Don Antonio desde que se integrara a nuestro Liceo en el año 1962 y dejara su cargo al finalizar el año 2003, más de cuarenta años dedicados a su gran pasión la enseñanza de la Historia, Geografía y Educación Cívica, que estudiase en la Universidad Católica de Chile.

Han sido tantos los momentos, anécdotas y conversaciones que hemos compartido, que ciertamente será difícil hacer una reseña. Baste decir que todo lo que ahora les comparto lo hice también con él, no sólo cuando fui su alumno sino luego como colega.

Lo primero que destaco, es la gran huella que la educación en un colegio de iglesia significó para Don Antonio: cuántos recuerdos de sus años pasados en el Instituto Zambrano y la enseñanza dejada en él por los Hermanos de las Escuelas Cristianas, mucho de lo cual lo volcó en nosotros, tratando de imitar esos ejemplos de verdadero apostolado en la educación. Para ello siguió perfeccionándose como Consejero Educacional y Vocacional y por ello no extrañó que en un momento le ofrecieran la Inspectoría General del Liceo 6 de La Cisterna, pero no era lo suyo, no estuvo a gusto y por ello volvió a nuestro colegio del cual nunca más quiso alejarse. Compartió el carisma de los Josefinos, particularmente por lo obrado por algunos sacerdotes que le signaron y que siempre recordaba con afecto, P. Fernando Francioni, P. Bruno De Santi y su inolvidable P. Ítalo.

Como Profesor fue respetado por todos, jamás le vi levantar la voz, se imponía por presencia y por fama, los alumnos de cursos superiores iban traspasando esa fama en sus comentarios y los menores anhelaban que alguna vez les hiciera clases aquel de quien tan bien se hablaba, aquel que era capaz de trepar al escritorio para blandir la espada... imaginaria, de algún héroe cuya historia estuviese relatando. Jamás alguien se distraía en sus clases, las cuales para muchos eran descritas como un show; como no recordar esas “joyitas” que a veces nos traía, y que eran sus tesoros más preciados: la revista de época que contaba la crónica de un suceso importante, o tal o cual documento que nos mostraba como el más preciado material didáctico; inolvidable su particular sentido del humor, irónico, certero, que no sólo a los alumnos hacia reír sino que semiserio también compartió con sus colegas, en especial con quien fue su gran amiga y blanco predilecto de sus bromas, la querida María Inés Castillo.

No he conocido otro docente tan dedicado a lo suyo como lo vi en Don Antonio. Nunca he visto a uno siquiera que apenas se abrían las puertas del Liceo, subía al antiguo pabellón de las Humanidades y allí encumbrado sobre la silla escribía con su singular letra hasta el último centímetro disponible de pizarra. Como no recordar esos maravillosos dibujos, que el profesor de la siguiente hora no se atrevía a borrar. Felizmente en el nuevo edificio por largos años hubo dos pizarras, una de las cuales contenía un dibujo dejado por Don Antonio que los alumnos aquilataban como un tesoro. Inolvidables sus consejos para crecer en lo humano y en lo cultural, nos provocaba para que estudiásemos, por que los que no lo hicieran “ni el umbral de la Universidad van a tocar”, nos instaba a que nosotros indagásemos, ayer justamente al ver programada en el cine la película El Huevo de la serpiente, no pude no recordar su consejo para conocer la génesis de la segunda Guerra Mundial en la inmortal obra de Bergman; lean a Georgiu en La Hora Veinticinco, y cuantas otras sugerencias. Impresión me causó cuando, al volver de un viaje a Europa le comentaba la alegría de haber estado en Versailles en el salón de los espejos, el que con tiza él había dibujado alguna vez en mi sala del edificio viejo; le pregunté que hacía cuanto que no estaba por Europa, y me contestó que nunca. Yo sabía que no era por no poder, sino porque dedicó su vida a nosotros y a su querida madre, a la que con gran pesar despedimos un 27 de marzo del año pasado en este mismo templo.

Don Antonio: no estuviste en Versailles, ni en la tierra de tus padres en Génova, pero hoy todos los que te conocimos hacemos votos para que el Señor te pasee por su paraíso, infinitamente más hermoso que cualquier obra humana y allí junto a San Leonardo Murialdo nos esperes a todos los que desde aquí te vimos como maestro de juventudes, íntimamente asociado a nuestro Liceo, cuya insignia no sólo luciste hasta el día de hoy sino que supiste representar como docente educado y respetuoso de tus colegas y del cual cada exalumno que se acerca al colegio, siempre pregunta ¿cómo está el colegio? y ¿qué es de Bertolone?.

Antes de dirigirnos al Cementerio queremos pasar por el Liceo, y allí en el patio principal, junto a todos los alumnos y personal, queremos despedirlo con las oraciones finales y el Himno de nuestro colegio. Ciertamente que esto no le gustaría, pues siempre rehuyó los honores, al saber de ello me diría en su estilo: esfaisen, faisen, dejando a nuestra imaginación lo que en su cabeza quería decirnos.

Antes de jubilar, me acerqué a él para consultarle si había interés de su parte en gestionar alguna retribución monetaria a sus largos años de servicio. Me contestó que si algo pudiera pedir al colegio en ese momento era decirle: “Gracias, gracias, gracias por todo lo que me ha dado”. Hoy le decimos gracias, gracias, gracias por todo lo que en estos largos años entregó a tantos alumnos que sólo tienen de él el mejor de los recuerdos y la imborrable imagen de verdadero maestro.

Prof. MARCO SOTO ORELLANA
Subdirector Liceo Leonardo Murialdo

Don Antonio Bertolone, se desempeñó desde el año 1964 hasta el año 2002 como profesor de historia, siendo inolvidable su recuerdo para todos los que tuvieron la dicha de ser su alumnos.