lunes, noviembre 13, 2006

Recuerdos de mi vocación pedagógica

Hace ya una gran cantidad de años, en la época en que uno podía repasar algunas materias durante el verano para así dar nuevamente exámenes en marzo, tuve la oportunidad de asistir regularmente donde mi abuela.
Ella, de las primera profesoras de Filosofía y Castellano de la Universidad de Chile, con mucha paciencia me ayudaba a pasar de curso. Y ésto durante varios años. Es que parece que me gustaba escucharla y sobre todo sus cuentos acerca de la familia y de sus vivencias pedagógicas.
Quizás fue allí donde nació mi vocación de profesor. A los pies de ella, mientras la miraba sentada en su sillón, con su bastón en las manos, su porte firme y su mirada clara. Al principio atemorizaba, mas al poco tiempo ya me metía en sus cuentos y en su risa seca pero divertida.
Fueron muchos años después, cuando tomé conciencia de aquella anécdota de lo coquetas que se colocaban sus tías cuando el niño Manolito pasaba por la hacienda. Era Manuel Rodríguez (prócer de nuestra independencia) y que dejaba sin aliento a esas damas. Me hablaba de la historia de Chile, pero desde su historia personal.
Aun recuerdo su carcajada cuando me comentaba de aquella profesora "un tanto beata" que preparaba las niñas para la Primera Comunión (ella, como buena Radical, era bien "come curas"). Esta "niña" me decía, no se había preocupado en una ocasión que una muchacha no tenía su vestido de Primera Comunión y le había dicho: "No es posible que ella sufra afrenta alguna, anda y por favor con estos fondos (que ella manejaba) cómprale su vestidito".
O con fiereza cuando recordaba la profesora que públicamente había increpado a una niña, porque su vestimenta no era la adecuada. "La llamé y le dije: Usted no tiene derecho a humillar a una persona porque no tiene los medios para tener una ropa mejor. Vaya y usted misma cómprele la ropa que ella necesita y se la lleva a su casa".
También con sabiduría me relataba las peleas que había tenido que soportar, por la instauración del delantal para todas las niñas. "Era la única forma de que no hubiese diferencias odiosas entre las que tenían recursos económicos y aquellas que no lo poseían". "Cuando se lucha por el bien de las personas, todo lo demás queda a un lado".
Fui bebiendo de a poco sus comentarios y sus palabras, que sin quererlo fueron dejando huella en mí.
Hoy miro mis vacaciones castigadas por no haber estudiado bien durante el año, y bendigo la posibilidad de haberla escuchado y aprendido de ella.
No entendí a mi Tío, cuando me pidió que yo despidiera a mi abuela en el día de su funeral. Era el menos indicado y por muchos motivos. Quizás él vio esa historia de la cual nunca había tomado conciencia.
El año pasado, cuando mi prima me regaló parte de los libros de mi abuela (Doña Ester Pacheco Silva), le di las gracias y los dejé arrumbados. Lili me dijo que me los entregaba porque era el único profesor de la familia y creía que me correspondían. Son de esos regalos que uno agradece por fuera y regaña por dentro. ¿Qué iba a hacer con ellos? Pasaron los días, semanas, hasta que me decidí a desenpolvarlos. Otro regalo grande me esperaba: saqué a Piaget, Dewey, Pestalozzi, etcétera, etcétera. ¡Era la misma línea pedagógica mía!!!! Ahí me disculpé internamente con Lili y nuevamente le agradecí a mi abuela su presencia.
Hace poco, para mi cumpleaños, Lili volvió a la carga con un nuevo cargamento. Dos cajas con olor a humedad, a viejo, a añejo. Quedaron en una esquina de mi oficina esperando... hasta que le pedí a Verito (una Auxiliar del colegio) que por favor los limpiase. Y allí ¡otro tesoro! Sus cuadernos de metodología, de literatura, de los apuntes tomados en su labor de Supervisora Nacional de los Kindergarten el añ0 1913. ¡Qué letra!
Y de lo que aun estoy gozando, es de sus escritos del año 1927. A raíz de los 25 años del Liceo de Niñas de Los Ángeles, organizó una "Asamblea pedagógica", para reflexionar sobre la reforma educacional de ese momento. Ya les voy a entregar algunos de sus pasajes, porque son casi textuales a la realidad de hoy. Mas dentro de mí surgió una gran desazón: ¿Es que no hemos avanzado nada en 80 años?
Parece que cada cierto tiempo, las generaciones vuelven a un mismo punto pero en otra realidad. Es como una espiral, que toma aspectos similares en realidades distintas.
Los dejo con la promesa de transcribir algunos textos de esa Asamblea del año 27.