domingo, noviembre 16, 2008

Adictos al reconocimiento II

"Un campesino y su hijo llevaban un asno al mercado para venderlo. Iban padre e hijo a pie, para que el animal llegara menos fatigado a la feria.

Al poco rato encontraron unas mujeres, y una de ellas dijo:

–¡Miren qué hombres más tontos! Andan a pie, teniendo tan hermoso burro.

El campesino oyó estas palabras, y mandó a su hijo que se montara en el asno.

Después de haber andado algún tiempo, pasaron cerca de un grupo de ancianos que se mofaron de la acción del muchacho que iba montado mientras que su padre iba a pie.

El campesino entonces hizo que se desmontara el hijo, y subió él sobre el asno.

Más adelante hallaron un grupo de mujeres y de muchachos, que al verlos pasar dijeron:

–¡Qué vergüenza de padre! Muy cómodo en su asno, mientras que el muchacho va a pie, jadeante y cansado.

El padre, al oír esto, hizo que el muchacho montase al anca, y así montados los dos siguieron su camino.

Al buen campesino le parecía que había encontrado la manera de ir a gusto de todo el mundo, cuando un hombre que pasaba gritó, dirigiéndose al grupo:

–¿Cuál de los tres es el asno?

Sintióse el viejo muy mortificado con esta pregunta burlona, y el otro la explicó diciendo que era una barbaridad cargar de aquella manera a un animal tan pequeño y débil, y les hizo ver al padre y al hijo lo cansado que el asno estaba.

–Mejor sería que le llevaseis cargado hasta el pueblo próximo, para evitar que se muera en el camino.

El campesino creyó razonable este comentario, y entre él y su hijo buscaron un fuerte palo, ataron el asno a él, y tomando en hombros una extremidad el padre, y otra el hijo, fueron trabajosamente cargados con la bestia con dirección al pueblo.

Pero entonces se fue reuniendo alrededor de ellos como una procesión de gentes que se burlaban de las personas llevando a cuestas un burro.

–¡El mundo al revés!–gritaban en tono de mofa.

Por fin, al pasar por un puente, hizo un esfuerzo el burro para recobrar su libertad, asustado por tanto alboroto, y cayó al agua y se ahogó.

Por querer complacer a todo el mundo, perdió el pobre campesino su asno."


No recuerdo bien, si este cuento estaba en alguna de esa lecturas que leíamos en los texto FTD del colegio, o algún Hermano Marista nos la relató en más de alguna oportunidad. Lo cierto es que se me quedó profundamente grabada y me habla de que el "depender" de los comentarios de los demás, nos puede llevar no solo al asno sino a nosotros mismos al despeñadero.

Los comentarios de los que nos rodean "son importantes", nos ayudan a ver qué pasa con nuestras acciones, mas el centro de nuestras opciones está en nuestra capacidad de decidir en libertad. Una conciencia esclarecida, no impulsiva, no sujeta a la ignorancia y a la mera opinología, pero conciencia al fin y al cabo. Una capacidad de mirarse, de mirar, de escuchar, de optar y de reflexionar sobre si dicha opción fue la más acertada o no. Si no lo fue, tener la humildad de corregir, pero sin responsabilizar a otros sino a uno mismo de la decisión asumida.

Es muy normal hoy en día, el buscar recibir premios por lo que sea, el aplauso barato por cosas insignificantes realizadas, y si eso no está viene la depresión y el desgano: ¿Para qué lo voy a hacer si nadie me va a premiar?

¿Pero por qué te tienen que premiar por lo que legítimamente tienes que realizar? Una cosa es el "reconocer el trabajo realizado" y otra la búsqueda enfermiza por el "que nos reconozcan por cualquier cosa, cuando incluso era responsabilidad mía el haberla hecho". Pasamos de una práctica de "es tu deber" al otro extremo de "si no me reconocen no lo hago".

¿No les ha pasado a ustedes que muchas veces hay personas que te felicitan por una actividad y al poco andar te andan criticando a tus espaldas por lo mal de la misma?

Cuando me preguntan ¿cómo te fue con la conversación con tal o cual apoderado o profesor?, mi respuesta ya es: ¡me fue!. En más de alguna oportunidad me quedé feliz por los comentarios de ellos, en cuanto a cómo les había ayudado a tener las cosas más claras. Al poco andar llegaba alguien a decirme con cara de preocupado(a): ¿Qué pasó? Me comentaron estos papás que les habías dicho cosas que les habían molestado. ¡Exijo una explicación!!! Por eso, es que ahora solo digo: ¡No sé cómo me fue! ¡Que ellos digan qué sacaron en limpio! Por mi parte creo que hice todo lo que correspondía hacer y que me había preparado en conciencia para ello.

En nuestros alumnos también ha entrado esta cultura de "hay que felicitarlos por cualquier logro", y esto es en sí mismo algo pernicioso ya que los acostumbramos a que "funcionen por la zanahoria", no por lo que realmente están aprendiendo, por el real gozo del aprender y del fracaso en el aprender. Sí, muchas veces nuestra educación se centra en el "happy end", y no nos damos cuenta que en ciencia, arte, letras, hay muchos intentos "fracasados" para finalmente obtener logros concretos.

Ayer en la tarde escuchaba en un programa la trayectoria del grupo "La Noche", que realmente desconocía y que nada sabía de su existencia. Uno de ellos relataba su experiencia de esfuerzo, de cómo ensayaba día a día espués de su trabajo en el campo. Su señora todos los días le decía que dejara eso, ya que no tenía ninguna esperanza y él perseveró hasta que logró ingresar a este grupo y ahora son ampliamente reconocidos. La mayoría de los logros, vienen de la superación de muchos obstáculos y en momentos que nadie te felicita por ellos. ¿Qué hubiese pasado si se hunise retirado porque nadie lo premiaba?

¿Reconocer procesos o felicitar procesos?

Para un próximo comentario.